sábado, 22 de septiembre de 2012

UNA NOCHE DE VERANO




DESPERTARES

El pájaro de mis sueños ha alzado el vuelo;
       los ciegos ojos de la noche me contemplan.
Palpo en el vacío de mi cama... no estás.
Una soledad poblada de silencios me acompaña;
       el murmullo de mar se insinúa en la ventana.

Me levanto; salgo a la terraza; miro el mar.
La brisa mesa los cabellos de las palmeras;
me acogen con  saludos de bienvenida.
Un claro de Luna me acaricia el rostro.
Las olas tejen encajes blancos sobre la arena,
y el cielo descorre cien velos de gris.

Amanece.
La casa despierta.
Todo vuelve  a aparecer  en su sitio;
todo ocupa su exclusivo lugar.
La vida continúa.

Acaso un día más.
Man (Puerto de Mazarrón, septiembre 2012)


jueves, 2 de agosto de 2012



REMOVIENDO MIS RECUERDOS 2

AQUELLOS VERANOS DEL 50 AL 65


La primera vez, fue mi padre quien me trajo.

Para un niño de cinco años, al que el súmmum de la capacidad de agua era la que cabía en el barreño en el que su madre lo bañaba todos los domingos, aquella inmensidad era un problema de cálculo indescifrable: «¿Cuánta agua cabría en aquél enorme recipiente?»

 El mar me acogió en su seno y abrazó mi cuerpo con anillos de cálida ternura. Jugué con sus olas navegando en bajeles piratas de blancas velas. Construí en su orilla castillos ─más de aire que de arena─. Me descubrió sus entrañas y sus tesoros. Nos hicimos amigos. Nos unimos para siempre.

Mi padre mandó construir la casa.

Verano tras verano fui conquistando un reino, y ensanché sus fronteras, a golpe de mandoble, con los pedales de mi bicicleta. Pedalada a pedalada me alcanzó el verano del 59, y yo reiné en mi playa al mismo tiempo que Bahamontes reinaba en París.

La máquina de discos del Miramar vaciaba de monedas mis flacos bolsillos a la misma velocidad que las 45 r.p.m. de «Guarda che luna/ Guarda che mare.../» mientras que, mirando aquellas olas, deshojaba margaritas de trenzas doradas y lazos azules que fueron tejiendo en mí, amores que nunca se harán olvido. 

Llegó el verano de la pandilla: Chico y Chica. «Esta tarde toca guateque, y mañana cine».
Busqué y encontré la belleza que había en las chicas que mis compañeros descartaban. Con Sofía descubrí que, más allá de sus mil pecas, y una vez derribado el rictus de sus defensas, se dibujaba en su rostro un alma hermosa y sensible. Que bajo su cabellera pelirroja se dejaba entrever un prodigioso cerebro que la llevaría tan lejos como ella quisiera ir.
Con Loli nunca pude bailar un rocanrol ─los hierros de sus piernas a duras penas le permitían bailar desacompasados boleros─, pero hallé en ella la ternura de una niña mujer y aquella brillante lágrima, siempre dispuesta en sus grandes ojos, que yo podía retener con tan sólo una sonrisa o una palabra amable y cariñosa.

El tiempo me siguió ganando y llegaron los 60. Con ellos, me otorgué una falsa patente para fumar, y que Mariano, el viejo camarero del Miramar, me sirviera un Cubalibre ─aunque me escatimaba la ginebra─, mientras que la psicodélica máquina de discos hacía mi cuerpo vibrar con: «Cuando calienta el sol/ aquí en la playa...»,



y Elvis, en los guateques, nos metía presos en su Rock de la Cárcel


El verano siguiente fue el de las llaves de casa en el bolsillo y las noches en blanco y negro, en las que, mirando al mar, filosofaba sobre lo divino y sobre lo humano, hasta que una cortina de cien tonos azules se iba descorriendo y me insinuaba un nuevo amanecer. Apuraba la vida con avaricia, consciente de que a partir de aquél año, mis veranos ya no serían los mismos: dos meses y medio de vacaciones, mientras duró el bachiller... ¡bien estuvo!; pero una carrera de ingeniería no me daría tanta tregua.

Me llegó el tiempo de las Milicias Universitarias. Dos veranos en los que atesoré compañeros y acuñé experiencias; pero me derrotó la ausencia de mi playa mientras, por la radio, suspiraba con: sapore di sale, sapore di mare...


Fue una noche de aquél verano del 65. Las olas, con lenta pesadumbre, mesaban la playa deshilachando sobre ella sus finos encajes blancos. La luna, ingrávida, se elevó sobre el horizonte mostrando su desnuda redondez y tiñendo de plata a las misteriosas islas. A lo lejos, la vieja máquina de discos me recordaba que: il mondo gira, nello spazio senza fine...


Nos miramos fijamente... Ya no anhelé más horizontes que la línea de sus párpados. Ni quise contemplar otras lunas que no fuesen sus pupilas. Ni navegar por otro mar que en el de sus ojos verdes. Ni ahogarme en otras aguas que no fuese la que había entre su boca y la mía. Ni descubrir más islas que las de sus pechos. Ni tenderme en otra playa que no fuese en la arena de su piel...

Sí, hoy recuerdo a aquél niño de cinco años que no supo calcular cuánta agua cabía en aquél enorme barreño.
Ahora, que ya soy mayor, lo contemplo con cariño y aún ando con aquellos cálculos sin mayores progresos.

Pero aquél día, aquella primera vez ─porque siempre hay una primera vez─, fue mi padre quien me trajo y me mostró… el Mar Menor.

La otra noche, se lo mostramos a nuestros nietos.




miércoles, 14 de marzo de 2012

REMOVIENDO POR MIS RECUERDOS 1


   
   

     Pasé la noche esperando a que amaneciera el nuevo día. No me dormí hasta que el alba derramó sobre mi ventana, cien tonos de gris. Rompió la tregua un oblicuo rayo sol y la voz de mi madre que, con un beso, me despertaba.
     ─Despierta Manuel. Es la hora.
    Con el cuerpo bien lavado y duchado desde la noche anterior, mi madre procedió al ceremonial de revestirme con aquél traje blanco. Recuerdo que todo era nuevo para mi: la ropa interior; los pantalones; los tirantes; la camisa; los gemelos; los calcetines y zapatos... y hasta unos guantes de piel de cabritillo. Todo de blanco, inmaculado, como la Sagrada Forma que iba a recibir aquella misma mañana en mi colegio de los HH. Maristas.
     Pasé por el comedor de mi casa y allí me esperaba la visión del árbol del paraíso: el ágape (bollos; dulces; tartas; chocolate...) Suculentamente preparado para celebrar el desayuno a nuestro regreso.
     Mi hermana, tres años mayor, vigilaba mis movimientos; más por ver si caía en la tentación de romper el obligado ayuno ─aunque solo fuera con un grano de azúcar─, que por impedir que lo hiciera. Si rompía el ayuno, no podría comulgar y ya no sería el "buen" protagonista del día. "Eva" lo intentó con toda clase de insinuaciones.
     Hoy me he encontrado con esta fotografía, sobre la que el tiempo se ha puesto amarillo, y en ella me veo: serio; solemne; en el momento de renunciar a Satanás, a sus pompas y a sus obras...
   Lejos estaba yo entonces de sospechar que esa renuncia solo era el comienzo de muchas otras que vinieron después.
     Pero, ciertamente, aquella fue un hermosa mañana.osa mañana.



miércoles, 22 de febrero de 2012

EL HOMBRE Y EL RÍO




No hay nada tan suave, y a la vez tan fuerte, como el agua que fluye por un río.
El hombre y el río comparten la misma sustancia y tienen un mismo destino: seguir siempre adelante.
Pero el río, al contrario que el hombre, nunca vuelve la vista atrás. ¿Será porque el río no tiene corazón? ¿Será porque tampoco tiene memoria?  





jueves, 12 de enero de 2012

HASTA PRONTO
















DONDE NACEN LAS OLAS

Cuando en un amanecer no despierte
Y mi cuerpo ya al tuyo no caliente,
Piensa que me habré marchado a otros mares
Ciñendo de adiós mis velas al viento.

Navegaré hacia donde naufragaron
Los viejos recuerdos: mis sentimientos.
Aquellos que frustramos sin nacer;
Esos que en nuestras palabras murieron
O  heridos fueron con sordos silencios.

Cruzaré el puente de siete colores,
Rumbo a donde el cielo y el mar se besan.
Y allí, donde el sol muere cada tarde,
En la cuna donde las olas nacen,
Buscaré los restos de mis naufragios
Y arbolaré un  sentido a mi regreso.

               Man, verano 2011